Relaciones entre el culto eucarístico fuera de la Misa y la celebración de la Eucaristía. 


     Hna. Concepción González Rodríguez, -Consejera-

    

     El título de este capítulo condensa la idea-fuerza o la clave de lectura de toda la EM y doctrina del Magisterio de los Papas de los siglos XX y XXI de manera particular:

     Este título parte de un principio importante de la Instrucción EM 3g, que el Ritual recoge en su número 4: "Para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el santísimo Sacramento de la Eucaristía hay que considerar el Misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa paraprolongar la gracia del sacrificio".

     Podemos decir que éste viene a ser como el principio hermenéutico de ambos documentos del Magisterio.

     Hablando del Misterio eucarístico en su amplitud, se presenta la celebración de la Eucaristía como centro de toda la vida cristiana, tanto para la Iglesia universal como para las asambleas locales de la misma Iglesia, porque el Misterio eucarístico contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, y hacia él se ordenan los demás sacramentos, los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado (RSCCE, n. 1, citando también PO 5 y EM n. 3e).

     La relación entre la celebración de la Eucaristía y la adoración está claramente expuesta ya en el n. 2 del Ritual cuando se afirma que “la celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente origen y fin del culto que se le tributa fuera de ella” (cf. RSCCE 2; EM 3e).

     Resulta evidente de este texto la enseñanza de ambos documentos que se asienta sobre la consideración de las relaciones entre la Eucaristía celebrada y su culto posterior. No podemos, efectivamente, hablar de “adoración eucarística” sólo cuando nos referimos al culto a la sagrada Eucaristía fuera de la Misa, aunque en el lenguaje común así se entienda muchas veces. La actitud de “adoración” existe, debe existir ante todo en la misma celebración, la cual "es a la vez inseparablemente":

     -Sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz
          -Memorial de la muerte y resurrección del Señor
          -Banquete sagrado, en el que por la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor el            pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual (EM a).

     Hablamos así de culto o adoración en la celebración y culto fuera de la celebración, porque la actitud de adoración no es un elemento “extracelebrativo”, sino que es más exactamente la actitud propia de todo “acercamiento al Misterio eucarístico”.

     En la celebración, el Señor “se inmola en el mismo sacrificio”, actualiza su misterio de muerte y resurrección, y por consiguiente aquel acto de obediencia filial que expresó “al entrar en el mundo” cuando constató que al Padre no le agradaban los holocaustos y ofrendas por el pecado, y, en sustitución de los mismos, se ofreció a sí mismo diciendo: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (cf. Hb 10, 7-9; sal 40 [39], 5-7). Actitud de obediencia filial, de postración ante la voluntad de Dios Padre, por el bien de sus hermanos los hombres, que no revocó jamás, sino que fue su alimento, su constante disposición (cf. Jn 4, 34).

      El Santo Padre Benedicto XVI, en audiencia a la Plenaria de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos, el pasado 13 de marzo explicaba la etimología griega y latina del término "adoración", y lo que la misma etimología sugiere como contenido:... el vocablo griego "proskýnesis" indica el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. La palabra latina "ad-oratio", en cambio, denota el contacto físico, el beso, el abrazo, que está implícito en la idea de amor. El aspecto de sumisión prevé una relación de unión, porque aquel a quien nos sometemos es Amor. En efecto, en la Eucaristía la adoración debe convertirse en unión: unión con el Señor vivo, y después en su Cuerpo místico” [1] .

     Y el siervo de Dios Juan Pablo II, en la carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 1980 hablaba de este doble significado de la expresión “culto eucarístico”: “ Dicho culto es culto al Padre, que ‘tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único...'” (Jn 3, 16). El culto eucarístico “se dirige también, en el Espíritu Santo, a aquel Hijo encarnado, sobre todo en el momento de entrega suprema y de abandono total de sí mismo, al que se refieren las palabras pronunciadas en el cenáculo: ‘Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros...', Éste es el cáliz de mi sangre..., que será derramada por vosotros'...; es su anonadamiento voluntario, agradable al Padre y glorificado con la resurrección, lo que, al ser celebrado, nos lleva a la adoración del Redentor que ‘se rebajó, hasta someterse a la muerte y muerte de cruz'” [2] .

     Benedicto XVI en la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis recordaba, subrayando el gesto del Sínodo de 2005 sobre la Eucaristía, cuando se desplazaron del aula sinodal a la Basílica de san Pedro para la adoración eucarística: “con este gesto de oración, la asamblea de los Obispos quiso llamar la atención no sólo con palabras, sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración” [3]

     El Papa reconoce cómo, mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración al santísimo Sacramento.

     Y afirma acto seguido lo que aquí nos interesa subrayar: “en este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el concilio Vaticano II” [4] .

     Así, pues, la expresión ‘culto eucarístico' tiene dos significados: el primero, expresa elculto al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, por medio de la celebración de la Eucaristía, supremo acto de culto, verdadero sacrificio grato Dios, centro de la sagrada liturgia y de toda la vida cristiana. El segundo significado es el de culto a Cristo Jesús en el Sacramento permanente de su Cuerpo y Sangre en las especies sagradas, en las que la fe reconoce la presencia especialísima de Cristo el Señor, la “presencia real por antonomasia” [5]

      Porque el Señor Jesús, presente sacramentalmente en la celebración eucarística como sacrificio y alimento espiritual, bajo las especies del pan y del vino, una vez ofrecido el sacrificio, permanece día y noche en medio de nosotros como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros (RSCCE 2; EM 3b).

     El Ritual añade una indicación importante: La Eucaristía ha sido instituida por Cristo el Señor “para ser comido”. Es la definición del Concilio de Trento en la Sesión XIII[6]. Las palabras de Jesús en la última Cena son claras: “Tomad y comed... Tomad y bebed”. Pero no existe contraposición entre la comunión y la adoración, ni entre la Celebración y el culto fuera de la misma, porque el Cuerpo y Sangre de Cristo el Señor no debe dejar de ser adorado por esta razón; es más, ha de recibir el culto de latría, de adoración como Dios y hombre verdadero.

     Benedicto XVI en la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis cita a este propósito el texto clásico de san Agustín en el que el Santo afirma que, no sólo antes de comer “aquella Carne”, (el Cuerpo y la Sangre del Señor) la adoramos... sino que pecamos no adorando (n. 66).

     El Ritual explicará también sintéticamente el origen del culto a la Eucaristía fuera de la Misa: “la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo” (RSCCE 5).

     Culto eucarístico, adoración en la celebración y fuera de la celebración: dos momentos de la misma realidad que es el Misterio eucarístico considerado, según la preciosa indicación de la EM y del Ritual “en toda su amplitud”, es decir: “tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio” (EM 3g; RSCCE 4).

No se podía afirmar de forma más sintética y profunda la finalidad, la razón de ser de la reserva eucarística después de la Celebración y el culto fuera de la Misa: “prolongar la gracia del sacrificio”. Esta breve expresión supone en la teología litúrgica una fuerte recuperación del equilibrio y unidad del Misterio eucarístico en su integridad y plenitud. Encontrar el espacio de tiempo para la oración silenciosa o comunitaria –siempre con largos espacios de silencio– ante la sagrada Eucaristía para meditar, contemplar, revivir en profundidad lo que hemos celebrado: esto es prolongar la gracia del Sacrificio.

    La presencia eucarística en nuestras iglesias, en el sagrario, es la prueba de que allí se ha celebrado el Sacrificio, el Memorial de la muerte y resurrección del Señor. Y su presencia es ofrecimiento y llamada a la común-unión, a la identificación, a la configuración con Jesús el Señor, hasta que él viva en nosotros, como vivía en el apóstol Pablo [7] y en tantos Santos que en la Eucaristía han encontrado el alimento, la fuerza, el consuelo para sus vidas [8], para vivir “eucarísticamente”, según la hermosa expresión que tanto el gustaba al recordado siervo de Dios Juan Pablo II. 

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1 www.vaticam.va del 13 de marzo de 2009
2 Juan Pablo II, Carta Dominicae cenae. Sobre el misterio y el culto de la santísima Eucaristía (24.02.1980), n. 3
3 Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis (2007), 66.
4 Id.
5 Pablo VI, Encíclica Mysterium Fidei (1965), n. 20; cf. EM n. 9; RSCCE, n. 6
6 Concilio Tridentino, Sesión XIII Decretum de Eucaristia , cap. 5: Denz.878 (1643); cf. EM 3f ; RSCCE 3 7 Gal 2,20 8    cf. Juan Pablo II, Mane nobiscum, Domine , Carta apostólica (2004), 31.
7 Gal. 2,20 
8 cf. Juan Pablo II, Mane nobiscum, Domine , Carta apostólica (2004), 31


Hna. Concepción González Rodríguez 
Pía Discípula del Divino Maestro