Un año nuevo se abre mientras se avivan en todas las inquietudes, los temores y las esperanzas.
En esta emergencia, una cosa es segura: siendo Dios creador y Señor de todo, sin duda sacará provecho de lo que venga a suceder en 2025, a pesar de las maquinaciones del diablo y de sus
secuaces.
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Quien escribe estas líneas quiere, en este primer artículo del año, rendir homenaje a un alma
profundamente eucarística que nos dejó el pasado 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos: Monseñor Juan Scognamiglio Clá Días, Padre y Fundador de una vastísima obra en que se destaca la
Asociación Internacional de Fieles de Derecho Pontificio Heraldos del Evangelio.
Trazo sobresaliente de su espiritualidad fue una ardorosa devoción al Santísimo Sacramento que
practicó desde su más tierna infancia. Su irresistible atracción por la Eucaristía quedaba patente en el trato con todos, en sus homilías, en sus conferencias, en sus escritos, en las largas
horas que pasaba diariamente ante el Santísimo rezando y trabajando. Sacerdote y formador ejemplar, celó por la excelencia de las celebraciones hechas en exacta obediencia a las rúbricas, por el
decoro de los numerosos templos construidos bajo su orientación, por el ajuste y la belleza de la música litúrgica durante las Misas, en fin, por el cuidado en todo lo que toca al servicio del
altar: vasos sagrados, ornamentos, dignidad de los celebrantes, acompañamiento de la asamblea, etc.
Podrían citarse más ejemplos de su encanto por la Eucaristía, pero no caben en este artículo que
debe ser breve. En todo caso, citemos solo otros tres:
1.- En la casa madre de los Heraldos del Evangelio situada en un antiguo edificio benedictino del
barrio Jardim Sao Bento de la ciudad de Sao Paulo; en la basílica Nuestra Señora del Rosario de Fátima que está en Caieras; y en la casa de estudios superiores “Lumen Profetae” en Franco da
Rocha, estableció la adoración perpetua con perfecta organización.
2.- En los distintivos o insignias oficiales de las tres sociedades de Derecho Pontificio por él
fundadas (Heraldos del Evangelio, Virgo Flos Carmeli y Regina Virginum) figura en destaque una custodia con el Santísimo Sacramento. Los miembros de esas sociedades portan esos símbolos, haciendo
ver a los ojos de todos cuán central es la adoración eucarística en su espiritualidad.
3.- Junto a sus hijos espirituales y entre todas sus relaciones, se empeñó en hacer conocer lo
que estipula en canon 917 del Código de Derecho Canónico, que faculta a los fieles recibir la Sagrada Comunión una segunda vez al día, siempre que lo hagan participando de una Misa. Hizo saber
cuánto pudo ese privilegio, demasiado ignorado entre los católicos, con lo que benefició a incontables almas que pasaron a comulgar con más frecuencia.
Y ya que hablamos del beneficio de la comunión sacramental, concluyamos con una reflexión de su
autoría que se refiere a la duración de los efectos la Eucaristía en quienes la reciben en comunión. También sobre este particular, muchos desconocen lo que nos señala Mons. Juan. La cita está
tomada de su obra en siete volúmenes “Lo Inédito de los Evangelios”, editada por la Librería Editrice Vaticana en 2014:
“A veces cometemos el error de creer que cuando comulgamos, Jesucristo
permanece en nosotros tan sólo los cinco o diez minutos que duran las Especies Eucarísticas. Se trata de una realidad espiritual mucho más profunda. De hecho, incluso al cesar la Presencia Real
del Señor, en el alma “permanece la gracia, porque, habiendo recibido este Pan de Vida en gracia, ésta permanece en el alma”, como el mismo Dios reveló a Santa Catalina de Siena.
“Consumidos los accidentes del pan -- continúa la misma revelación -- dejo en
vosotros la huella de mi gracia como el sello que se pone sobre la cera caliente. Separando y quitando el sello, queda en ella la huella de aquel. De este modo, resta en el alma la virtud de este
Sacramento, es decir, os queda el calor de la divina caridad, clemencia del Espíritu Santo. Queda en vosotros la luz de la sabiduría de mi Hijo unigénito, que ilumina los ojos de vuestra
inteligencia para que conozcáis y veáis la doctrina de mi Verdad y de esta misma sabiduría”.
“Por la Santa Comunión se renueva en cierto modo el augusto misterio de la
Encarnación”, asevera con autoridad San Pedro Julián Eymard. El padre Royo Marín es más afirmativo: “En el alma del que acaba de comulgar, el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de ambos
procede esa corriente de amor, verdadero torrente de llamas, que es el Espíritu Santo”. En virtud de la unión eucarística, el alma del fiel “se hace más sagrada que la custodia y el copón y aún
más que las mismas especies sacramentales, que contienen a Cristo, ciertamente, pero sin tocarle siquiera ni recibir de Él influencia santificadora”.
Todo lo que Mons. Juan nos enseñó con su palabra y con su pluma, lo vivió intensamente dando un
espléndido testimonio. Desde el cielo, él podrá hacer mucho más por la exaltación de la Iglesia y el bien de las almas de lo que realizó en los 85 años de fecunda vida de católico militante.
La evocación de su figura y estas palabras citadas de su autoría, son de molde a estimular a las personas a acercarse con frecuencia a la mesa eucarística “llena
de toda delicia y grata a cualquier gusto” (Sab. 16, 20); mucho más, por cierto, de lo que lo fue el maná del desierto, pálida prefigura del sacramento.
En un católico fervoroso ¡y cuánto lo fue en la tierra Mons. Juan! la
familiaridad con la Eucaristía está permanentemente al alcance: Ya sea que se esté adorando al Señor ante el altar, el sagrario o la custodia, ya que se lo reciba sacramentalmente, ya que se
acuda a Él en reiteradas comuniones espirituales, la Hostia Santa es una segura, benéfica y constante compañía. ¡Qué lo sea para ustedes, queridos lectores, a lo largo del año que se
inicia!
Mairiporá, Sao Paulo, enero de 2025